lunes, 21 de diciembre de 2009

Sobre la navidad y el amor en el cine


LLevo más de una semana dándole vueltas a dos temas y el hilo de mis pensamientos se va por el primer derrotero que encuentran. ¡Malditos inconstantes!


Los temas pueden calificarse de universales. Cierto que uno más que el otro, pero de hipérboles está el mundo lleno.
El primero, lo planteaba Raza Becaria en uno de sus últimos post: "Cuando estás viendo una película moderna eres plenamente consciente de que no te espera un final feliz. [...] ¿Por qué? Quizás porque los espectadores han preferido dejar de creer en el amor para así no desilusionarse."
El segundo, el tan manido ¿te gusta o no la navidad?.

Del primero sigo sin poder plantear una opinión objetiva (objetiva para mí, claro), pues las interferencias en mi sistema sentimental no me dejan regir con claridad ["Claro que es porque ninguna pareja dura, hoy en día todo es efímero; ¡ni siquiera Linklater se atreve a cerrar el final, tan maravilloso por otra parte, de Antes del anochecer!]. Y así, hasta el infinito, una sartada de ideas 'escepti-love' de manual.

Así que paso al segundo punto. La navidad.
Será por mi tendencia a la racionalidad, será porque tengo entre mis asignaturas una consistente en hacer comentarios de texto, empezar por el enunciado es fundamental para analizar una idea. Y ahí vamos.

¿Qué es la navidad?: El natal, el nacimiento de Jesús. Por tanto, una fiesta eminentemente cristiana, religiosa, que tiene su único sentido en la onomástica que por algún azar histórico, sitúa dicho acontecimiento el 25 de diciembre. Como la mayoría de las celebraciones, se desarrolla entorno a la mesa -la noche previa y el día en cuestión, una doble solución desde la perspectiva sociológica por aquello de cumplir con la familia política y con la propia. Y en los actos religiosos se destila un espíritu festivo nunca visto en otro momento momento del año litúrgico (asistir a misa del gallo es una experiencia recomendable por su plasticidad, independientemente de creencias).

El resto son añadidos comerciales, tradiciones foráneas y el punto emotivo -recordado cada año a golpe de anuncio- de lograr que toda la familia como y/o cene junta al menos un día al año. Y lo que esto conlleva de bajón emocional para quienes han perdido a algún ser querido y esa noche lo echan menos más que nunca (otra curiosidad sociológico-emocional de la que me gustaría saber el origen).

Dicho lo cual, ni odio ni me gusta la navidad en sí misma.
Pedir que la gente se centre en la esencia de la misma es utópico –¡si hasta una niña que apenas sabe leer reconoce el logo del Corte Inglés!-. Pero me parecen bastante ridículo quienes afirman que 'aman la navidad' sin plantearse por qué ni en qué consiste, y se dedican a felicitarla desde mediados de diciembre, ponen el nacimiento y/o el árbol el puente del 8, y proclaman su amor a la misma con postales electrónicas ideadas en una agencia de publicidad después de un brainstorming de cuatro días y presiones del cliente.

ODIO: ese punto sentimentaloide que lo invade todo, esa actitud gregaria-festiva en el entorno laboral y esa falsa alegría de quienes se ponen el gorro y silban con el matasuegras.

ME GUSTA: las copas en el Musical la tarde del 24; llegar borracha a la cena de Nochebuena y tratar de mantener la compostura; ir todos, menos mi madre, con el puntillo a la misa del gallo llegar a casa y ver Qué bello es vivir; los langostinos y el fiambre con huevo hilado.


viernes, 4 de diciembre de 2009

Semana de reencuentros y retornos al pasado


Hay semanas que parecen sosas, apáticas y grises como el invierno castellano.


El lunes el frío acucia más de lo que mi cuerpo tolera, estornudo y mi nariz, el mejor medidor de mi temperatura corporal, a la inversa de los Cº, es un témpano. Frenadol, doble calcetín bajo las botas, una manta extra sobre el edredón y resignación cristiana ante el panorama de que hasta marzo las tarde serán extremadamente cortas.

Y de repente, se convierte en la semana con más reencuentros y casualidades de mi vida:
Diez ex compañeras del colegio, convertidas en mamás, de las que hace 15 años no tenía noticias se añaden a un grupo de FBK creado para la ocasión.
Y un amigo missing de mi vida por amor -y celos de su novia, de mí, santa defensora de la fidelidad- hace más de un año, propone cita por medio de sms.

En breve, los reencuentros en persona, sin cristal ni filtros tecnológicos de por medio.



domingo, 29 de noviembre de 2009

Perder galones, ganar medallas


Tengo un primo de 26 años -no le pilló la LOGSE- con el quedo muy de cuando en cuando y siempre me sorprende.

Es un tipo noble, con valores a la antigua usanza.
Durante la carrera y sus primeros años de trabajo fue voluntario en varias causas, implicandose a tope en todas.

Retomamos el contacto como adultos tras coincidir en el área de oncología juvenil de un hospital donde yo iba a visitar a una joven amiga que, cuando estaba de bajón, casualidades del destino, con el único voluntario que quería hablar era con mi primo. Ahora prepara oposiciones y si no las saca en la siguiente convocatoria, piensa irse un año al extranjero a participar en algún proyecto humanitario.

Es guapo, alto, buen conversador y líder de sus diferentes pandillas.
Un viernes por la tarde su teléfono arde con sms y llamadas de planes a los que no atiende porque el sábado estudia.

No tiene novia; las ha tenido, pero sus relaciones han terminado porque le agobia estar pendiente de alguien -no tengo muy claro si es un espíritu libre o si es carne del síndrome de Simón. Es firme defensor de la fidelidad hasta puntos en los que apenas entra el tonteo -sin pecar de moro-, y comparte conmigo la incomprensión de planteamientos como que alguien comience una relación mientras olvida, o espera, a otra persona.

Cede el paso y los mejores sitios a las féminas, y me acompaña a casa aunque no le pille de camino.

Y, ahora viene el 'pero', que tanta perfección aburre. Los sábados la noche es suya. Y las copas y las risas con los amigos, lo único que importa. Y con ellos se plantea apuestas propias de veinteañeros sin cerebro.

La última, superar el record de su mejor amigo de liarse con 9 chicas en 9 fines de semana seguidos. La ha superado: con 10 en 9 sábados -una noche repitió.

Y todavía le saca brillo a la medalla.

La 'penitencia': que una de ellas, treintañera, se ha colgado de él y le ha propuesto ir al cine a la sesión de 11 del sábado. Porque les da su número de teléfono, el de vedad, a la mañana siguiente.

O cuando las deja en casa, que los garajes siguen dando mucho juego.

jueves, 12 de noviembre de 2009

De amor no se come; de desamor no se muere


Nunca he querido morir de amor, ni de tifus, ni de tosferina, ni nada semejante.


Por supuesto que me sentí interesada por el romanticismo y su cuerda de suicidas en la preadolescencia, esa época en la que "nadie te comprende", tus amigas se empeñan en ver guapos a los chicos del cole de enfrente cuando a ti te parecen adefesios y tus escritos destilan nostalgia infinita de algo que no has vivido, porque prácticamente no has vivido nada.

Pero en cuanto te lo planteas un par de veces, ves clara la estupidez de quitarse la vida –o no cuidarse suficiente una tos que deparará en muerte– por la incomprensión social, por las ideas de un movimiento artístico-social, por el aprecio o desprecio del ser idolatrado, que no amado.

En la adolescencia lei a Becquer, casi todo; memoricé sus versos menos conocidos –para ser más interesante que el resto de mi entorno, por supuesto– y apunté algunos en el mantel de papel de una cafetería homónima donde los adolescentes íbamos a hablar del mundo y a robarnos besos.

Leí sus Cartas desde mi celda y las leyendas, que destilaban más romanticismo que sus poemas. Leí a Larra porque quería ser periodista y porque sus críticas son como puñaladas dadas con punzón: ligeramente molestas de primeras, profundamente dañinas al no prestarles demasiado cuidado.

Luego llegó -a mi vida- Radiguet, que a los 15 años se plantó con un bastón en casa de Jean Coucteau y logró impresionarle hasta el punto que el artista se convirtió en su padrino; antes de los 20 escribió esa joyita, El diablo en el cuerpo, y al cumplir la veintena, murió de tifus.
Respecto a John Kennedy Toole, otro clásico de adolescencia y época universitaria, no tengo muy claro si lo suyo tuvo tintes post-románticos, o sólo incomprensión social.

Soñé con vivir en una buhardilla en París, pero el frío y las ratas no van conmigo; y me quedé en mi sofá mullidito leyendo el libreto de la Boheme mientras Mimi fallece en los brazos de Rodolfo.

Nunca quise morir de romanticismo, ni escribir sobre mal de amores y nostalgias. Porque todo lo que se vaya a decir está dicho; porque todo lo que haya escrito, estaba escrito; porque todo pasa, pese a lo que quede. Y porque morir de racionalidad y orgullo me parece más valiente que hacerlo de añoranzas y versos cursis.

Y sin embargo, ves una pintada, que no es tal sino una foto de una ilustración, y que no tiene destinatario pero quieres que sea tuya, que sea para ti, y el alma te da un vuelco, y te duermes pensando: y yo también.




miércoles, 26 de agosto de 2009

Sin ruedas


Lo dimos todo.
Todo lo que llevábamos dentro.
'All of me' era 'all of you'.
Saciamos nuestra pasión, y generamos mucha más, porque teníamos con qué alimentarla.
Saciamos nuestro hambre de besos, y reprodujimos centenares de ellos
Viajamos, bebimos, peleamos
Amamos, vivimos
Recorrimos medio país y un cuarto de otro, y cenamos como reyes

Y ahora que no tenemos ruedas, no sabemos a dónde vamos

lunes, 25 de mayo de 2009

Una frase bonita al oído

No soy muy propensa a picar con este formato; sea porque soy fiel a algunos grupos, sea porque en su momento hice que mis padres me compraran un disco simplemente por una canción que repetía insaciablemente mi nombre y descubrí que el resto era infumable, o porque me he aficionado al spotify...

Nunca digas nunca jamás. Pero hubo un estribillo hace casi un año que despertó mi interés porque intuía que si alguien era capaz de dotar de ese tono optimista una historia de tanta nostalgia y desamor, no se había guardado el resto de su creatividad y sensibilidad para el single del siguiente disco.

Y así es. Al “prometo acordarme siempre de aquel raro diciembre” y el “tenía tanto que a veces maldigo mi suerte”, seguían sentencias que constituían grandes temas.

Como aquesta que dice “En la vida, princesita, también hay que aprender a ganar, me dijo un caballero inglés, perdido en Buenos Aires que ahora vive en Madrid” (1) 
La de (2) “Con lo pronto que empezamos a decirnos al oído eres mi vida, mi amor"
Y rematando con la canción entera de “Vivo queriéndolo todo y no tengo nada” (3)

 Las noches del Español. Joyas literarias musicadas que Nena Daconte, acompañados por un cuarteto de cuerda y un trío de viento, han interpretado esta noche en el ‘salón de casa’, en el escenario del Teatro Español, atrezado con una butaca –Mai y su micro- y un sofá de piel -Kim y sus guitarras-  y aderezado por una interesante colección de lámparas de pie.

 Las escuché, con atención, por primera vez, al volante del coche en un viaje de 300 km que realizamos Mai, Kim y yo. El disco sonó tres veces durante el trayecto. Y un par de canciones estuvieron a punto de ‘desintegrarse’ al ser repetidas hasta la saciedad... hasta que logré memorizar la letra y cantarlas a dúo con ellos.

 Hoy lo he hecho en directo, yo desde mi butaca de visibilidad reducida, fila1, platea 3, y ellos, desde el escenario. Pero a cada frase bonita al oído, he sentido lo mismo que en aquel viaje, y la llama se ha reavivado para alumbrar con fuerza, ay, esos 300 km.