lunes, 14 de abril de 2008

Las niñas ya no quieren ser princesas ni modelos...


Las niñas ya no quieren ser princesas, hace tiempo que dejaron de quererlo –pese a Letizia–, ni siquiera modelos –aquí la selección natural impone mano dura.
Ahora las niñas quieren ser diseñadoras de moda, o analistas de tendencias, o directoras de marketing de una firma de renombre...

La semana pasada acudí a un curso de comunicación y moda en el que más de la mitad de los asistentes, gran mayoría femenina, 'of course', estudiaban una carrera relacionada con alguna de las dos temáticas, o con las dos a la vez (proliferan titulaciones de manera sorprendente).

En las excursiones al baño, durante los descansos, se escuchaban conversaciones sobre un futuro próximo, y antes de mencionar lo de incorporarse a la vida profesional, todas apuntan un destino mágico: Nueva York. El nombre de la ciudad norteamericana también surge durante las ponencias, y es que parece que para acceder a algún cargo en este sector hay que pasar una temporada allí.
(Lo más curioso es que todo el mundo asocia Nueva York a Manhattan y a las chicas de Sex&The city , justo ahora que los turoperadores empiezan en promocionar ‘el otro Nueva York’ para ser más chic; aunque lo mismo esto, por ahora, sólo lo saben los periodistas de viajes y aún no ha llegado al conocimiento del resto de los mortales).

Isabel Fernández de Córdova hizo un apunte curioso sobre el tema:
cuando vivía en NY, la serie de Carrie Bradshaw y sus amigas triunfaba, en su tercera temporada, y ella se preguntaba si las neoyorkinas imitaban a los personajes de la serie o estos se inspiraban en las mujeres que
habitan en la isla. La directora de comunicación de Bimba y Lola – con muchas tablas en esto de las exposiciones públicas–, recordaba que el último capítulo de las serie se rodó en París porque la firma Christian Dior había pagado una alta cantidad para que Carrie entrara en su tienda, y en Chanel tampoco perdieron comba y pusieron otro pico para que paseara con bolsas de la firma por las calles de la capital francesa.

Se me ocurre que hubiera sido más divertido ver a Carrie entrar en Colette, ese templo del diseño donde todo lo que entra se convierte en ‘moda’, y que de paso se encontrara allí con Mr. Big embelesado con la última colección de corbatas de Lanvin. (“Hola Carrie, querida, ¿cuál crees que me queda mejor?”).
En una visita de cuatro días a París no quise dejar de visitar esa tienda sobre la que tanto había leído, y cuando entré me decepcionó un poco; o al menos no me impresionó tanto como que las cuatro primeras parisinas a las que pregunté la dirección exacta, elegidas por su atuendo, no supieran de qué les hablaba. Çest la vie.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Efectivamente las niñas ya no quieren ser princesas, esta aspiración ha quedado obsoleta.Estamos en la era de la imágen y ésta es la nueva prioridad.Me imagino que no es algo tan horrible, viendo los tiempos que corren. Al fin y al cabo, la belleza también cuenta como una cualidad,ya que el que la tiene la aprecia y el que no la tiene, necesita tanto sentirse bello como para meterse en un quirófano.La belleza, parece que es tan importante que a las personas las convierte en mejores, es como un antidepresivo que te devuelve la alegría y te descubre un nuevo mundo de oportunidades. En ese sentido, el mundo de la moda, es el que más nos acerca a esa belleza, quiza una forma de vida un tanto efímera,pero real.¿Realmente es tan peligroso no querer ser princesa?

Anónimo dijo...

Bueno, bueno.¡Con qué fuerza entre mi rubia favorita en el mundo bloggero ;)!
No, no es nada malo, tienes toda la razon y sabes que compartimos opinión (sólo tienes q remontarte a nuestros cambios del look del sabado je je).
Yo es q con la moda como negocio sufro un proceso curioso: cuando me empiezo a entusiarmar con dedicarme profesionalmente a ello, de repente pienso en lo efímera q es y abandono la idea, y vuelta a empezar tiempo después.
Un besazo y muchas gracias por dejar costancia de tu visita. Avisa cuando tengas creado el tuyo.
María

iago's dijo...

Belleza, princesas, moda… es curioso como las imposiciones sociales y la necesidad de aceptación llegan a condicionar nuestra propia concepción de nosotros mismos.

“Una fría mañana de otoño, Juan se levantó, como cada día desde hacía meses, para acudir a su cita en el centro de desintoxicación al que le habían enviado de Alcohólicos Anónimos. Su mujer, Sofía, era una mujer llamativa, siempre a la última, siempre perfecta. Todo el mundo apreciaba a Sofía.

La vida de él había sido un fracaso absoluto desde el mismo instante de ser concebido fruto de un ‘accidente’. Su falta de autoestima, sumada a un profundo sentimiento de aislamiento y de negación de las normas sociales, habían condicionado su vida. Su único refugio fue el alcohol, donde creía encontrarse a sí mismo. Ella, por el contrario, había gozado de la aceptación, respeto e incluso admiración de sus semejantes desde que tenía uso de razón. Estaba a la última en todos los sentidos. Era guapa, tenía clase y estilo, sin embargo, sentía que no era feliz. Su exceso de sociabilización la había hecho perderse a sí misma, transformando su vida en un páramo frío, vacío y superficial.

Esa mañana, ambos se encontraron en el pasillo de su casa y se miraron. Fue una mirada que salto todas las barreras de espacio y tiempo. Fue una mirada que atravesó defectos y virtudes llegando a la esencia misma de las personas. Desprovista de sus ropajes habituales y sus conductas sociales, Sofía se mostró más atractiva que nunca. Despeinada, sin maquillajes y, sobretodo, sin la necesidad de agradar a los demás, dejó ver la mujer interesante, profunda y sensual que era en realidad. Juan, sobrio, despejado y aseado hizo gala de una gran personalidad y una lucidez mental que hasta el momento había permanecido ahogada por su propia desesperación. Ambos mostraron que uno era el equilibrio del otro. Los defectos de uno contrarrestaban los excesos del otro.

Salieron de su aislamiento. Él, del que le provocaba el alcohol; ella, del que paradójicamente le producía la necesidad de agradar a todo el mundo. Estaban receptivos y descubrieron lo mucho que se aportaban el uno al otro lejos de la superficialidad y de imposiciones sociales.

Ese día, ella no fue a trabajar y él no acudió a desintoxicación. Fue un desayuno largo en el que ambos recordaron quiénes eran y por qué estaban juntos. Hablaron unos minutos y ya habían pasado horas. Era una fría mañana de otoño y probablemente al día siguiente todo volvería a ser como siempre, pero había merecido la pena. Comenzaban a sonar lo primeros compases del Dueto de las flores…”


Y a qué viene esto, os preguntaréis (y con razón). Creo que hoy en día se está tendiendo a fomentar las conductas extremistas en todos los campos del Ser ya que el conflicto resulta interesante desde ciertos puntos de vista. Creo que este radicalismo personal al que se está sometiendo la sociedad sólo puede desembocar en un mayor sentimiento de frustración, desequilibrio y aislamiento. La gente cada día vive más obsesionada por cánones y conductas impuestas. Las niñas ya no quieren ser princesas ni los niños futbolistas? Ojalá!